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  • Foto del escritorTomas Castellanos

Yo soy un hombre frustrado.



Hay adjetivos que cohabitan conmigo como amorfos accesorios de mi personalidad. Adjetivos que se vuelven tan familiares que transforman su función descriptiva en distintiva, como una marca bovina que nunca cicatriza. Los adjetivos perpetuos se les encuentra cuando menos lo piensa uno: luego de una curiosa observación, en el devenir de una discusión acalorada o sencillamente para dejarte saber el sentir ajeno si le adelantas por la derecha en una intersección:


- You fucking bald!! -


Me gritó hace unos años una peinada señora desde su Mercedes Benz e inmediatamente apareció, temprano además, la pesada certeza de mi calvicie en forma de adjetivo.


La primera vez que escuchas un adjetivo sempiterno no impacta por su singularidad, se confunde, se disfraza de adjetivo temporal e insignificante. El miedo, el susto, la rabia por el calificativo sucede cuando lo repiten sucesivamente, logrando cada vez afianzarse más, porque se hace eco en el prójimo como el estribillo de una canción cansina.


El mayor problema de los adjetivos en cuestión, es que en su mayoría, en su aplastante mayoría, son verdades irrefutables. Aquella señora, tan seria y en su derecho, me había gritado porque pretendía despertar la ira del neo-calvo renegado. Yo, muchos meses después, tuve que aceptar la realidad de la ausencia y, cual bandera blanca, comenzar a pelarme al “rape”.


Sucedió una tarde, lo recuerdo perfectamente, me lo dijo un amigo de mi madre, así tan ancho y honesto el señor. En su inmensa sapiencia se me acercó no sin antes, haciendo lujo de unos modales impecables; colocar su mano protectora sobre mi hombro:

  • Amigo mío, usted lo que está es frustrado, regrese a Cuba ya que no para de hablar de ella.


No le recordé inmediatamente a su dulce madre que justo en ese momento preparaba el azuquita para el café por dos razones: La primera, que el susodicho recién había sobrevivido un ataque al miocardio y no estaba yo para echarme ese muerto arriba, la segunda, más importante si cabe es que no quería quedarme sin tomar café.


La frustración se define como la privación a alguien de lo esperado o malograr un intento. En sus inicios, cuando la yerra sucedía y me quedaba mudo, buscaba perplejo que motivos habían dado pie a considerarme una persona frustrada. Inicialmente consideré que podría deberse a mi constante costumbre de conectar cualquier tema posible con Cuba y su dolorosa realidad. Pero luego pude darme cuenta de otra cosa, no a todos los que conversábamos sobre la isla me creían una persona frustrada sino, curiosamente, la crítica siempre recaía en aquellos quienes diferían en mi manera de ver los sucesos y las soluciones. No era entonces un problema de constante aproximación sino la manera en que me aproximaba.



 


Hablar de Cuba, pensar en Cuba, discutir o filosofar sobre Cuba se asemeja mucho a la sensación de quien vuelve a fumar luego de mucho tiempo. Tu lo haces y lo disfrutas, lo disfrutas porque llevas años sin hacerlo así, a pulmón abierto, no importa si te dicen gritón o bullanguero, tu cargas con ese adjetivo desde que naciste en la isla. Como el cigarro, cuando nuevamente le has cogido el gusto, siempre hay un espacio, siempre hay un motivo o una razón para detener todo y por supuesto, hablar de Cuba.


No faltan los que, una vez abandonado el afán por la retórica nacional, vencidos o triunfantes, te restriegan en la cara lo nocivo y torturador del vicio. Visitar Cuba en tus tantas cavilaciones diarias puede padecerse como una enfermedad, contagiosa además, de la que ya no sabes si podrás curarte. Pero también puede ser un alivio, puede ser una alternativa, un ejercicio de deconstrucción y ruptura.



 


Cuando el frustrado corre animado al encuentro, cuando el frustrado expone sus lanzas, recita sus razones o esquiva una inoportuna invitación a cambiar de tema, es apenas escuchado. El frustrado hablador de Cuba y de los cubanos se queda muchas veces asombrado en el centro del coliseum, no lo acompaña nadie en la arena, solo las bestias hambrientas de Cronos que lo miran dispuestos a devorarlo.


Entiende poco de bestias el adjetivador, tampoco se entera mucho del dolor o del hambre. En su entera confianza le acompañan seres superiores, flacos y modernos, flexibles como lombrices que cantan un coro de dos voces. No oses tu, oh frustrado, buscar empatía en ellos, podrás lograr como mucho, si andas con suerte y buen orar, encontrar su lástima y misericordia.


Soy un hombre frustrado, lleno de dolor y vergüenza, decidido a buscar la sombra fresca y el río sonoro. Soy el resultado, el efecto, el experimento, pero en mi salada y azul frustración, se disparan hacia todos lados prematuras ideas llenas de luz. Soy un hombre frustrado, al que le duele, sin vergüenza, su país.


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